viernes, mayo 28, 2010

Conductorculebra




El Conductorculebra se deslizó entre las sombras del callejón hasta llegar a la esquina. Buscó en su bolsillo las llaves del auto, que ya muy destartalado estaba, y encendió no sólo la radio, haciendo lo mismo con un pito que tenía guardado en la guantera, y con este acto sus preocupaciones y sus hostilidades se esfumaron por el aire, entre vapores de eléctricos suspiros.
Cuando acabó, lo puso en marcha. Rugió el motor en neutral un par de veces, y se lanzó a las calles, sin mirar atrás. Finalmente fue imposible detener a su pie y al deseo de vacío, y lo último que vio en su vida, después de manejar salvajemente por casi media hora, fueron los infinitos, prismáticos pedazos de vidrio pulverizado volando por el espacio, como un millón de estrellas de fuego sobre su cabeza mojada de rojo.